En el mito fundacional de Marquetalia se dice que las armas que se utilizaron al final de la guerra de los mil días, fueron el arsenal para el comienzo de la que fue la guerrilla de las FARC-EP.
En Colombia, el conflicto armado suele reciclarse, no sólo en relación al uso del armamento, sino en los ciclos que dejan a su paso un conflicto de más de 60 años de duración, conflicto que ha devastado de distintos modos, a distintas generaciones de colombianos que cargan en su historia el peso de la violencia. Es común escuchar en el marco de la política pública la propuesta de no repetición del conflicto, pero ¿cómo puede aportar la academia a este escenario de construcción de paz?.
Los investigadores Katherine Villa Guerrero, Claudia Cardozo Cifuentes y Francisco Gómez del programa de psicología de la Rectoría Bogotá Presencial de UNIMINUTO, hemos hecho de esta pregunta una apuesta de trabajo e investigación. Desde hace más de 5 años, nuestro trabajo se centra en los efectos de la guerra en las relaciones sociales. En el último proyecto denominado: “La Familia y las Heridas de la Guerra: Análisis de las narrativas en familias de excombatientes y su relación con los traumas generacionales asociados con las vivencias del conflicto armado”, nos proponemos indagar sobre el trauma generacional el cual, de acuerdo con ellos, se vincula con las cicatrices inconscientes que se transmiten a nivel familiar, de una generación a otra. Para acceder a las particularidades de este fenómeno hemos realizado procesos de escucha de las narrativas de familiares de personas que tuvieron algún vínculo con grupos armados ilegales y, en el marco de esta escucha, hemos mantenido encuentros con comunidades en Ciudad Bolívar y en la costa caribe colombiana en los departamentos de Atlántico y del Cesar.
"Actualmente desarrollamos el proyecto en Tierra Grata, una pequeña vereda ubicada en inmediaciones de la Serranía del Perijá, desde donde se divisan los picos de la Sierra Nevada de Santa Marta. Este espacio fue una de las 26 zonas veredales, designadas por el gobierno del expresidente Juan Manuel Santos en el año 2017, para quienes cambiaron los ‘cambuches’ y las armas, por la posibilidad de una vida distinta, una oportunidad para el reencuentro con sus familias y con aquello que habían dejado atrás, cuando por distintas vías se unieron a las filas de las FARC-EP".
Este proyecto de investigación, financiado por el Parque Científico de Innovación Social, es una apuesta que busca ampliar el diálogo y las relaciones de trabajo entre el mundo académico y lo social. Asimismo, generar modelos de acompañamiento en las comunidades para impactar la realidad social del país y, de esta manera, construir una psicología de cara a las dinámicas y coyunturas políticas, sociales y económicas que atraviesa Colombia.
Docentes investigadoras del grupo Estudios en Psicología básica y aplicada para el desarrollo social. Programa de Psicología- UNIMINUTO Bogotá Presencial.
Retratos de una experiencia
Tierra Grata, tiene un aire parecido a ‘Macondo’, quizá porque está ubicada entre la falda de la Serranía del Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta, cerca del mar, pero no lo suficiente para verlo, o porque su fundación se produjo con unos pocos que venían desorientados, cansados, buscando una salida, no hacia el mar como los universales personajes de ‘Gabo’, sino a una nueva forma de vida, una distinta a la que habían conocido hasta hace cinco años atrás — en el 2017— cuando por fin, se firmó la amnistía que ponía fin a las noches bajo el manto de la selva, de las montañas o de los cambuches.
En esta pequeña aldea adornada de pájaros y amaneceres coloridos que se funden con el rojo de la tierra, habitan cerca de 300 personas, entre las que se cuentan excombatientes de las FARC-EP, familiares y visitantes ocasionales que transitan por sus pasillos y calles polvorosas.
La vida en la vereda inicia temprano, no se sabe muy bien si se levantan primero los pájaros o las personas, o si todo ocurre con tal sincronía que la existencia comienza antes de la salida del sol que se erige por encima de los picos nevados de la sierra. Los niños salen bien peinados, caminan con cuidado para no llenar de polvo los zapatos lustrados, que seguro, ellos mismos o sus padres limpió con esmero la noche anterior. Cuando regresan del colegio, el ritmo de la vereda se transforma, hay bicicletas; todo en el parque se mueve y, a veces, juegan a la guerra, como si recordaran que estuvieron allá. Ellos han sido las guías del recorrido, quienes cuentan sus primeros días en este lugar, el momento en el que algunos se enteraron de que, por fin, tendrían cerca a su madre o a su padre después de años en los que el conflicto no dio espacio a los abrazos, porque esas treguas eran impensables.
Quienes tienen entre uno y cinco años los llaman “los niños de la paz”, ellos nacieron después de la firma de los acuerdos, sus padres los han nombrado Génesis, Milagros, Paz o Luciana (nombres que remiten a la esperanza). También hay otro grupo al que denominan: “los fundadores” porque llegaron hace 5 años, cuando Tierra Grata era un terraplén de un rojizo polvoriento y no se habían levantado las paredes blancas y los techos rojos de los alojamientos, que no han crecido en tamaño, pero si en número de habitantes. De esa época, los niños fundadores recuerdan las caletas, el juego de las escondidas que pasó de ser una ficción a una realidad, porque no estaba permitido que en ese momento ellos estuvieran allí; pero la guerra había dado una tregua y ahora ellos estaban para quedarse, aunque algunos no entiendan muy bien porqué sus padres se fueron para el monte.
Mientras hablamos con los niños que de turno en turno dicen '¡seño! ¡seño!', los padres se acercan tímidos a preguntar por nuestra labor y allí, como cuando se quiere y no, terminan contando las historias de sus propias guerras, los caminos que los condujeron al mundo de las armas, la dificultad, la culpa o la vergüenza de contarle a sus hijos el porqué tuvieron que dejarle al cuidado de otros cuando nacieron. Algunos se interrogan por el futuro de sus descendientes, mientras recuerdan su propia infancia y lo que no quieren que se repita con la nueva generación, “los pelaos”.
Ahora que Tierra Grata ha crecido, sus habitantes intuyen que los niños y los adolescentes necesitan continuar el legado de liderazgo para que la comunidad siga creciendo, pero también advierten que la guerra tiene formas extrañas de atravesar el cuerpo y las realidades, algunos ven en los juegos infantiles, la réplica de lo que ya no quieren recordar pero que persiste. Por eso saben que no basta con que lleguen otros a fotografiar y a grabar con aparatos electrónicos sus historias, y nada les ha producido más perplejidad que ver dos investigadoras que caminan a pleno sol caliente, sólo escuchando.